En una entrevista el 28 de noviembre con el
Red cristiana ortodoxa, el reverendo canónigo Andrew White, “el vicario de Bagdad”, contó cómo los combatientes de ISIS amenazaron a cuatro niños cristianos iraquíes, cada uno menor de 15 años. Advirtieron a los niños que, si no renunciaban a su fe cristiana y seguían a Mahoma, serían condenados a muerte. Sin miedo, se enfrentaron al desafío. La juventud no es impedimento para la verdadera fe y el heroísmo.
Cuando a los niños se les dio la última oportunidad de convertirse al Islam para salvar sus vidas, respondieron: “No, amamos a Yasua [Jesús]. Siempre hemos amado a Yasua. Siempre hemos seguido a Yasua. Yasua siempre ha estado con nosotros”. Ellos pagaron el precio de su lealtad a Jesús. Los militantes islámicos les cortaron la cabeza.
¡Bárbaro! Ninguna palabra es demasiado fuerte para expresar el horror que cualquier persona civilizada siente ante tal crueldad. Ninguna persona verdaderamente religiosa de ninguna fe puede justificar la matanza salvaje de otros que se niegan a convertirse de una fe a otra. Sin embargo, el grupo terrorista islámico ISIS continúa su cruzada para erradicar la fe cristiana en Irak y Siria en nombre de la religión musulmana. El Papa Francisco no ha dudado en calificar tal violencia como “un pecado profundamente grave contra Dios”.
Tomando cada vez más territorio, ISIS tiene la firme intención de establecer su califato en Siria e Irak. Estos militantes no tienen piedad de los cristianos, yazidíes o musulmanes chiítas, que no se adhieren a su interpretación radical del Islam sunita. Disparan, crucifican y decapitan a la gente por docenas. Degollando brutalmente a los bebés, repiten la masacre de los Inocentes que ordenó Herodes para asegurarse el control total de su reino.
En el pasado, cuando cientos de personas eran masacradas por un grupo u otro, rutinariamente se cubría el crimen con un velo de secreto. Pero, no con ISIS. Estos fanáticos violentos se deleitan en su falta de humanidad. Mientras disparan o decapitan a chiítas en Irak y alauitas en Siria, publicitan sus actos como una advertencia para todos los que se niegan a convertirse. Estos fanáticos no dejan dudas sobre cómo tratarán a los cristianos que permanecen fieles. (cf. Sheldon Filger, “La solución final de la cuestión árabe cristiana en el Medio Oriente”,
El Correo Mundial, 7 de agosto de 2014).
Cuanto más avanza ISIS, más rápidamente desaparece el cristianismo. Los cristianos en Irak son los que más han sufrido. Pero ellos no estan solos. Los cristianos de todo Oriente Medio se enfrentan a la persecución. De hecho, solo el 5 por ciento de la población de la región ahora se identifica como cristiana; y, el número está disminuyendo. A medida que se destruyen iglesias y monasterios antiguos, cientos de miles de cristianos huyen al Líbano, Jordania y Turquía.
El 30 de noviembre, durante su visita a Estambul, el Papa Francisco se unió al patriarca ortodoxo griego Bartolomé I al declarar que “La terrible situación de los cristianos y de todos los que sufren en el Medio Oriente exige no solo nuestra oración constante sino también una adecuada respuesta por parte de la comunidad internacional”. En su vuelo de regreso a Roma, el Papa dijo en una conferencia de prensa que “sería bueno que todos los líderes islámicos (líderes políticos, líderes religiosos y líderes académicos) condenaran la violencia por estar en contra del Corán”.
Las estadísticas son asombrosas. El 23 de septiembre, el padre Gabriel Nadaf, sacerdote ortodoxo griego, se dirigió al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra. Informó que, en los últimos 10 años, un cristiano es asesinado por la fe cada cinco minutos. Ante la realidad de la violencia contra la religión en Oriente Medio, uno se pregunta por qué los hechos de la persecución religiosa y la matanza de cristianos reciben tan poca cobertura en los medios.
¿Cómo sería el mundo sin el cristianismo? Uno se estremece al imaginar.