PADRE STEPHEN PRISK
ISi hay algo que la pandemia del coronavirus nos ha resaltado a los católicos, es cuánto gira nuestra vida en torno a los sacramentos. Nuestros sacerdotes deben ser elogiados por sus ideas creativas y su arduo trabajo para llevar la Misa, las reflexiones e incluso el humor a los fieles de manera virtual. Pero nos damos cuenta en el fondo de nuestros corazones que simplemente no es lo mismo que en persona. La presencia física es un ingrediente esencial para la vida sacramental. Exploraremos esta idea teológicamente, pero es algo que conocemos por instinto espiritual.
El Catecismo de la Iglesia Católica define los sacramentos como “signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y encomendados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina”. Cuando recibimos los sacramentos, no solo recibimos un símbolo. Estos signos que recibimos apuntan a una realidad más allá de ellos que está contenida dentro. Esa realidad que recibimos es la vida misma de Dios que viene a morar en nuestras almas a través de estos signos sagrados. Cuando recibimos los sacramentos no recibimos sólo algo efímero, como un viento que pasa, sino algo sustancial. A través de un signo sagrado físico, recibimos la vida divina de Dios.
Eliminar nuestra participación corporal en la vida sacramental quita nuestra experiencia de los sacramentos, pero de ninguna manera elimina nuestra capacidad de recibir la gracia. Jesús estableció la Iglesia y la vida sacramental como nuestro medio para la vida eterna, pero Dios no está obligado por los sacramentos. Dios es más grande que los sacramentos. Él puede venir a morar dentro de nosotros a través de otros medios. Por lo tanto, durante este tiempo en que no podemos recibir la Eucaristía o la absolución, tengamos fe en que Dios, sin embargo, viene a habitar dentro de nosotros cuando lo invitamos. No podemos recibir la Eucaristía, pero podemos invitar al Señor a nuestro corazón a través de una oración de comunión espiritual. Puede que no tengamos acceso a la confesión, pero podemos acudir al Señor con una sincera petición de perdón motivada por nuestro amor a Dios y acompañada de la firme resolución de llegar a la confesión cuando sea posible. Al hacerlo, podemos estar seguros de que Dios, que comprende las circunstancias extremas que estamos viviendo, nos ofrece su amorosa misericordia y consuelo.
Los sacramentos son el pan y la mantequilla de nuestra fe. En medio de esta pandemia, nuestros ojos se han abierto a cuánto significan realmente los sacramentos para nosotros y cuán sedientos estamos de Dios. Oremos para que podamos recordar esta lección cuando regrese la normalidad.