La evangelización y la transmisión de la fe en las Américas han estado siempre unidas a un singular amor a la Virgen María. No hay un solo rincón de nuestra geografía que no esté coronado por una advocación a nuestra Santísima Madre. El Papa San Juan Pablo II hizo mención de esto al comienzo de su pontificado: “Vuestro amor mariano ha sido un fermento de catolicidad en vuestra historia”.
En el sexto concilio provincial de Baltimore en 1846, los obispos de los Estados Unidos pidieron que la siempre bendita Virgen María, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, fuera nombrada patrona de la Iglesia Católica en los Estados Unidos. El decreto fue confirmado por el Papa Pío IX al año siguiente (1847). Esta decisión fue confirmada cuando el dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado solemnemente para la Iglesia Universal.
El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX, a través de la Bula más allá de la declara: “proclamamos y definimos la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María en el primer momento de su concepción fue, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano , preservada de toda mancha del pecado original.”
Al conmemorar el 168 aniversario de aquella solemne proclamación, Dios nos concede la oportunidad de reflexionar sobre el sentido de este dogma en nuestra vida de fe y en nuestra existencia cristiana. Profesar que María es “Toda Santa” implica acoger —con todas sus consecuencias— el recuerdo de San Juan Pablo II en su Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte: “Todos los fieles cristianos, de cualquier estado y rango, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad”.
En María contemplamos la belleza de una vida sin la mancha del pecado, una vida entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios desea para todos sus hijos. En ella recuperamos nuestra fuerza cuando la fealdad del pecado nos induce a la tristeza de una vida que se proyecta fuera de Dios. En ella, el niño encuentra la protección materna que lo acompaña y lo guía en su crecimiento”en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres(Lc 2).
En María encontramos el modelo juvenil de pureza que abre al verdadero amor. En ella los esposos encuentran refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y de amor. En ella, las vírgenes y las religiosas consagradas encuentran el signo seguro de la recompensa céntupla para quienes entregan al Señor su corazón indiviso.
Al inicio del año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada Concepción nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos así la importancia de la intercesión de nuestro Santísimo Madre para recibir del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia vida.
Como familia diocesana, hemos culminado el Año de la eucaristía, proclamado por el obispo Kevin Sweeney. Reflexionemos, pues, sobre María como mujer eucarística en toda su vida, y sigamos cultivando ese amor a la Eucaristía, que la convierte en fuente y cumbre de nuestra vida cristiana.
Estamos convencidos de que los nuevos desafíos que se nos presentan como cristianos en un mundo cada vez más necesitado de la luz del Evangelio, no se pueden afrontar sin experimentar la protección cercana de nuestra Madre Inmaculada.
Mientras conmemoramos el 168 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, la Oficina Diocesana para el Ministerio Hispano lo invita a celebrar nuestra tradicional “Noche de Velas” con el rezo del Santo Rosario el sábado 10 de diciembre. 5 a las 1697 pm en el Monasterio del Santo Rostro (3 NJ-XNUMX, Clifton). Para más detalles, por favor visite nuestro sitio web. ¡Esperamos verte ahí!